Como he mencionado en anteriores entradas, el gobierno actual ha recurrido insistentemente en el carácter histórico de su ejercicio del poder, desde la denominación "Cuarta Transformación" (4T) que adoptaron desde su campaña electoral. También he criticado su visión de la historia de México, que no sólo buscan impulsar en los libros de texto de la educación básica sino incluso forma su "identidad corporativa" en la propaganda e imágenes en edificios y materiales publicitarios.
Sin embargo, los mitos y leyendas que López Obrador profiere espontáneamente en sus conferencias matutinas no fueron creación de Morena, sino que se remontan hasta la misma independencia del país. No se puede negar su efectividad al infundir la mentalidad colectiva y la memoria histórica del pueblo mexicano, cuando a través de las generaciones siguen siendo conocidos por el público y utilizados por los políticos para justificar sus actos y declaraciones. Así como sucesos desafortunados o ideas preconcebidas perduran en la mente de un individuo como traumas, los eventos de nuestra historia continúan por décadas como traumas históricos.
Por consiguiente, enumeraré cinco traumas históricos de los mexicanos, evaluando críticamente si guardan alguna relación con los hechos históricos comprobados y su efecto en la mentalidad y la cultura política de México.
La historia de México, sobre todo hasta el primer siglo de vida independiente, contó con episodios recurrentes de guerras desventajosas contra países más poderosos, particularmente los Estados Unidos y Francia. El himno nacional mexicano incluso evoca en su letra imágenes de invasores extranjeros y lucha heroica hasta la muerte, que han perdurado en la memoria histórica a pesar de que México no ha sido invadido por ninguna potencia extranjera desde 1914. La histórica postura diplomática de los gobiernos mexicanos que exige no intervención en los asuntos internos puede resultar de la experiencia de ser un país débil y sometido a la intromisión de naciones más poderosas.
El complejo del derrotado se remonta, sin embargo, tres siglos antes de esas humillantes derrotas, hasta la conquista de México Tenochtitlan por los españoles y sus aliados. Esa guerra que representó el antecedente inmediato del virreinato de la Nueva España, persiste en la mente del mexicano promedio como la derrota por antonomasia, pues se piensa que los españoles "nos" conquistaron y "nos" robaron "el oro". Sin detenerse a pensar que la mayoría de los mexicanos somos genética y culturalmente mestizos, o que la mayor parte de los indígenas en la época prehispánica eran enemigos de los mexicas o simplemente no se identificaban con ellos, se lamenta la pérdida de un imperio belicista que se asume como antecesor único de la nacionalidad mexicana.
Entre los sectores intelectuales de la izquierda también es recurrente el fetiche por la derrota, dada su constante marginalidad en la historia mexicana. Además de reivindicar a figuras y movimientos pasados como si pertenecieran a su inclinación ideológica, la izquierda mexicana tiene un "panteón" de personajes históricos individuales o colectivos que identifican con sus posturas políticas y sociales, desde los movimientos obreros en el Porfiriato, el jefe revolucionario Emiliano Zapata, el presidente Lázaro Cárdenas o los estudiantes del movimiento de 1968. Como las acciones y logros de estos personajes o grupos fracasaron o fueron desvirtuados por sus sucesores, son constantemente lamentados por los intelectuales o políticos de izquierda como un paraíso perdido de igualdad y justicia.
Cita del famoso escritor de izquierda Eduardo Galeano, reproduce el victimismo y estereotipo del indígena indefenso y sumiso. Fuente: http://archivo.elcomercio.pe/luces/libros/eduardo-galeano-murio-10-frases-que-lo-hacen-inmortal-noticia-1803783/8
Este trauma histórico tiene el efecto negativo de fomentar el victimismo, la xenofobia y la patriotería, además de deformar una realidad histórica más compleja y menos melodramática de la presentada por la propaganda oficial (priísta en décadas pasadas, morenista hoy día). No se puede negar que históricamente los países fuertes han sacado ventaja de los más débiles, o que las potencias económicas y militares sigan influyendo en la política interna de otras sociedades, pero asumir que los mexicanos son un pueblo derrotado (o descendientes de una "raza vencida") o que somos simples objetos históricos en lugar de sujetos colectivos, con agencia y capacidad de repercutir en su destino, es política y moralmente nocivo.
Imagen corporativa del gobierno federal de México, centrada en los individuos históricos. Fuente: Noticiero Universal
Peso de ocho reales de la monarquía española, la primera moneda global de la historia y en gran parte acuñada en México. Fuente: Wikimedia Commons
"Nosotros los pobres, ustedes los ricos": la división maniquea entre buenos y malos
De manera afin al punto anterior y también en la línea de la simplificación del relato histórico, está la división tajante entre individuos de carácter e influencia positiva en la historia y personajes nefastos en todo aspecto. Este trauma histórico no es particular a alguna posición ideológica, sino que conservadores, liberales o izquierdistas pueden caer en él, aunque sus percepciones de los personajes históricos sería completamente opuesta. Así, por ejemplo, Porfirio Díaz sería un paladín del progreso material que dio estabilidad al país, según un sector, o un tirano que vendió el país a los extranjeros y oprimió a los trabajadores y campesinos, según otro grupo.
Aunque existieron algunos individuos de notoria crueldad o corrupción en nuestra historia, o que traicionaron a sus allegados, se pierden de vista las motivaciones para cometer tales actos, acorde con la mentalidad de la persona en cuestión o la moralidad vigente en su época. Esto no implica relativismo moral, pero sí contextualiza hasta cierto grado acciones que ocurrieron en tiempos lejanos donde las relaciones sociales eran distintas. Si aplicáramos esta herramienta analítica a Hernán Cortés, villano por excelencia de la historia de bronce, podríamos tomar en consideración el celo religioso y la cultura belicosa de la España medieval como variables explicativas (no justificativas) de la Conquista de los mexicas, además de la codicia o la sed de poder de los conquistadores. Sería un grave error y un doble estándar juzgar a personajes de una misma época bajo distintos raseros morales, por ejemplo, si reclamáramos a los españoles la violación de los derechos humanos de los indígenas (un concepto anacrónico en el siglo XVI), mientras excusáramos las guerras floridas de los mexicas por tratarse de un acto obligatorio en su "cosmovisión".
Ejemplos característicos de este trauma histórico son dos presidentes liberales oriundos del estado de Oaxaca, el ya mencionado Porfirio Díaz y su antecesor, Benito Juárez. Sobre Díaz se sostiene que fue un gran administrador, promotor de inversiones y desarrollo material bajo el capitalismo inusitados en nuestro país hasta entonces, así como primer (y quizás único) mandatario capaz de sostener el poder y reducir al mínimo los conflictos civiles y levantamientos de militares por el poder supremo. Por otro lado, se le reprocha su autoritarismo, su elitismo y afición por todo lo extranjero, por la primacía de los capitalistas extranjeros durante su período en el poder.
Sobre el llamado "Benemérito de las Américas", se resaltan como aspectos positivos su defensa de la soberanía nacional frente a las intervenciones extranjeras, su insistencia en la importancia del estado de derecho y su postura reformista del Estado y la sociedad; pero también sus detractores señalan el dudoso Tratado McLane-Ocampo, con los Estados Unidos, por el que le señalan de "vendepatrias", su aferramiento al poder (sólo interrumpido por su muerte) y la oposición de los liberales a la Iglesia Católica, única religión en su época y mayoritaria aún ahora. La realidad es que los datos que sostienen estas posturas extremas pueden ser tomados en cuenta para elaborar un juicio más balanceado y menos visceral sobre estos actores históricos. Negar sus actos meritorios o sus errores es ocultar parte de la historia, lo cual es deshonesto al insistir en prolongar una historia de héroes inmaculados y villanos perversos.
"La sombra del caudillo": la creencia en los individuos predestinados
Una objeción que se suele hacer a la historia, impartida como materia escolar hasta algunas décadas atrás, y al discurso académico hasta el siglo XIX, fue su fijación con el papel de los individuos, particularmente los jefes de Estado, los comandantes militares o las personalidades intelectuales. En cuanto a la historia de México, se enfatizaba a los "héroes que nos dieron patria", como Miguel Hidalgo, José María Morelos, Josefa Ortiz de Domínguez, y otros próceres cuyos nombres aclamaban los gobernantes en la ceremonia del "Grito" en el día de la Independencia, además de nombrar a las calles de casi cada ciudad y pueblo en México. Otros individuos notables de épocas posteriores también recibían el honor de que sus biografías fueran asignadas como tarea a los estudiantes, o sus rostros adornaran los billetes, como Benito Juárez, Francisco I. Madero, Lázaro Cárdenas. En el momento en que escribo esto, la imagen institucional del Gobierno Federal consiste en retratos estilizados de algunos de estos individuos, señalando claramente que la administración en turno se inspira en el legado histórico de estos personajes.
Imagen corporativa del gobierno federal de México, centrada en los individuos históricos. Fuente: Noticiero Universal
Aunque es innegable la repercusión histórica de las acciones de gobernantes, ideólogos o caudillos militares, es erróneo centrarse en sus contribuciones y biografías y celebrarlos como autores del cambio histórico, mientras se ignora el entorno cultural y social en que se desarrollaron, o el papel de las "masas anónimas" o de colectivos e instituciones cuya actuación pudo no ser tan espectacular o puntual en el tiempo. Un ejemplo sería la Revolución Mexicana, proceso histórico que la mayoría de los mexicanos conoce al menos discursivamente, y del cual fueron resaltados los individuos carismáticos o líderes como Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Francisco Villa o Emiliano Zapata, o los eventos dramáticos o decisivos como la Decena Trágica o la promulgación de la Constitución de 1917. Mucho menos conocidos, por desgracia, son los personajes menos célebres, los combatientes anónimos, los partidarios de uno y otro bando que al seguir y apoyar a los dirigentes, les confirieron en buena medida su fuerza y legitimidad política. Es necesario entonces, disminuir el peso de los personajes iluminados en la explicación histórica, y comprender la influencia de la sociedad y sus componentes diversos en los procesos y eventos pasados y presentes.
"El ombligo de la luna": ignorar nuestro lugar en el mundo
Según algunos especialistas, el nombre de México significa "en el ombligo de la luna" en náhuatl, aunque no existe un consenso al respecto, pues otros analistas apoyan distintas etimologías. Pero el nombre parece una metáfora adecuada para un complejo histórico de los mexicanos: ignorar al resto del mundo y la importancia del entorno internacional en procesos y eventos locales. Aunque se mencionan circunstancias externas cuando tienen alguna relación con México, no se profundiza en sus causas ni se establecen relaciones de causa-efecto entre los desarrollos foráneos e internos.
La Conquista y colonización por los españoles pareciera tan sorpresivo para nosotros como lo fue para los mexicas: un grupo de hombres armados llegando del otro lado del océano. Se deja de lado o se minimiza el pasado hispánico: la Reconquista y la guerra contra los musulmanes, los comienzos de las exploraciones oceánicas en busca de los mercados asiáticos, la unificación de los reinos cristianos de Castilla y Aragón, los problemas de la sociedad hispánica y el conflicto entre sus resabios medievales y los incipientes hábitos capitalistas. El relativo aislamiento de las civilizaciones mesoamericanas terminó abruptamente a partir de la colonización hispánica, aunque mentalmente seguimos viviendo de espaldas a un "sistema mundo", como diría Immanuel Wallerstein, que se vuelve cada vez más complejo e interconectado.
Peso de ocho reales de la monarquía española, la primera moneda global de la historia y en gran parte acuñada en México. Fuente: Wikimedia Commons
Del período virreinal, ya de por sí poco favorecido por la historia oficial, no se considera el lugar privilegiado de la Nueva España en los circuitos comerciales, ni su relevancia estratégica y económica para la permanencia del Imperio español. Se menciona, como de pasada, la influencia de los ideales ilustrados en las minorías novohispanas o la repercusión de la invasión Napoleónica a España, y en el crucial siglo XIX se abordan las intervenciones extranjeras como simple rapacidad de los países extranjeros y debilidad del Estado mexicano, sin discutir el renovado imperialismo que los países europeos emprendieron en esa época, la cual afectó a otras regiones del mundo, como Asia y África, además de a México. Por último, se hace referencia como una anécdota, al escuadrón aéreo 201, combatiente en la Segunda Guerra Mundial, pero no se habla de la posición diplomática de México frente al conflicto mundial, ni de su influencia en el acercamiento posterior de México hacia la esfera de los Estados Unidos.
Pensar en México como un sistema cerrado que recibió pasivamente la influencia de sus vecinos o que sólo fue víctima de agresiones por potencias "explotadoras" no sólo niega la integración de los mexicanos pasados y presentes con el mundo que los rodeaba, sino que además fomenta un nacionalismo patriotero y xenófobo disfrazado de autosuficiencia y soberanía.
"Quemarlo todo": el culto al motín y la matanza
Entre las simpatizantes del feminismo radical circuló un meme en el que se mostraba la toma de la Alhóndiga de Granaditas por los insurgentes, con un globo de diálogo que exclamaba "¡No, las ventanas!", haciendo referencia a las denuncias de vandalismo en sus protestas consuetudinarias. La reinterpretación de dicho episodio histórico importa porque procede de juicios históricos erróneos. Primero, que la toma violenta y saqueo de dicho almacén de granos en Guanajuato fue un acto fundamental para lograr la Independencia de México, cuando en realidad fue contraproducente para los insurgentes, por despertar una mayor oposición y reacción más activa del gobierno virreinal de ese entonces. Además, justifica actos violentos donde hay pérdidas materiales o humanas cuando sirvan para una "causa superior", en resumen, otra manipulación de la historia por motivos ideológicos.
Meme feminista equiparando al movimiento insurgente con la "lucha" de las feministas radicales, nótese la sutil misandria.
Suponer que los motines, saqueos y disturbios equivalen automáticamente a una revolución es confundir conceptos, una revolución se define como un drástico cambio político o social, que puede o no estar acompañado de violencia. Nadie negaría la importancia de procesos como las revoluciones francesa, rusa o mexicana en la trayectoria histórica de esas sociedades e incluso para la civilización occidental, pero tampoco se debe ignorar su atroz costo en vidas, o sus consecuencias desafortunadas para la población que los sufrió. Cuando alguien expresa un deseo de que se realice una revolución para alterar el estado de la sociedad, que perciben como injusto o desigual, no sólo debería pensar en una guerra civil o conflicto armado, sino también en un cambio institucional y social, para que al orden social injusto lo reemplace otro mejor, y no la anarquía.
En resumen, los traumas históricos se explican como construcciones mentales que pretenden explicar eventos que marcaron la trayectoria de las sociedades pasadas, y darles sentido en la memoria colectiva. Estos lugares comunes suelen distorsionar o simplificar los eventos o atribuir a ciertos personajes culpas o méritos no justificable. Además, son utilizados por grupos políticos para respaldar sus actos o propuestas de cambio social. Antes que simplemente señalarlos, es necesario estudiar los traumas históricos y reemplazarlos por explicaciones más apegadas a la realidad y sin tanta carga ideológica.