Pregunta a cualquier persona que conozcas o no, de la
edad, clase social y género o subgénero que desees, si la Historia les resulta
interesante y seguro más de la mitad te dirá que sí les parece. A los demás
diles que existe historia casi de todo, ya que la historia se ocupa de
infinidad de temas además de los eventos políticos: diles que existe historia
de la moda, historia de la música, historia de la ciencia, de las religiones.
Más de uno te dirá que gustan de ver un filme, de leer una novela, de observar
un documental, de corte histórico, y te sorprenderá saber que cualquier
transeúnte sabe bastante más de Historia de lo que puedes suponer.
Entonces, ¿por qué a los estudiantes no les agrada la
historia? En gran parte tiene que ver con el enfoque en los
eventos políticos y los conflictos bélicos (pues la guerra ha sido definida
como la prolongación de la política por otros medios) que fue constante en la
historiografía durante gran parte del siglo XIX. Cuando un historiador quería
investigar los hechos pasados, recurría a los documentos oficiales, y ya se
sabe que estos se ocupan ante todo de guerras, tomas de poder, cuartelazos,
golpes de estado y todo cuanto hacen los hombres del gran poder; la gente
normal, los ciudadanos de a pie sólo aparecen en esa Gran Historia como masa
peligrosa, a veces inerte y de pronto inflamable e incontenible. Pero también,
y relacionado íntimamente con esta visión limitada del devenir histórico, es
culpable la visión de la Historia que durante décadas impartió el sistema
educativo mexicano. Es decir, la odiada Historia
Oficial.
¿Qué entendemos por Historia Oficial? Una sucesión de
hechos heroicos o viles, de personajes determinantes, voluntades encarnadas en
individuos que determinaron el curso de la historia, personajes que podían ser
divididos en héroes, los que lucharon
por la patria, y villanos, aquellos
que conspiraron contra México, incluso antes de que existiera algo remotamente
parecido a México. Es una narración, lineal y teleológica, que describe cómo el
Pueblo Mexicano se desarrolló desde los albores del tiempo hasta nuestros días,
a través de las intervenciones extranjeras y las guerras civiles hacia un hipotético
estado democrático donde el pueblo es/será el soberano.
Consideremos, para ejemplificar la parcialidad de la
Historia Oficial, el tratamiento que hace de dos figuras claves del tardío
siglo XIX. Dos presidentes de la república, ambos oaxaqueños y liberales, ambos
figuras decisivas en la guerra de Intervención, ambos mandatarios que tendieron al final de su mandato al poder absoluto, los cuales persistieron en el ejercicio de sus funciones
por largo tiempo (uno, de 1858 a su muerte en 1872, el otro desde su ascenso al
poder mediante un alzamiento en 1877, hasta su renuncia en 1911) torciendo o al menos estirando la Ley
Suprema de la Nación. Y sin embargo, según la tradición oficial, uno es
Benemérito y Restaurador de la República, el otro es un héroe militar devenido
villano por su aferramiento al poder y la restricción del juego político que
obligó a todo posible opositor a tomar la vía de las armas.
¿Por qué en la Historia Oficial es Díaz un tirano y
Juárez el Segundo Padre de la Patria? No olvidemos que en el origen el Partido
Oficial se consideraba revolucionario, dicho partido era la etapa
final de la lucha ya sin armas, era la institucionalización de la lucha
popular que derribó el régimen oligárquico de Porfirio Díaz Mori, por lo que no
podía ser éste un Héroe de la Patria. Pero entonces, ¿por qué Juárez sí lo es? La
ideología liberal de Juárez, pro capitalista, anti corporativa, es lo contrario
de la ideología revolucionaria temprana, que basa su estructura partidista en
los actores colectivos como centrales obreras, ejidos colectivos, y que, al
menos durante el cardenismo, parece ir en contra de la privatización de las
tierras de los pueblos, en contravención a la Reforma de 1857, la cual no
obstante tiene un alto sitio en la Historia Oficial. ¿Por qué Juárez está en el
panteón de la Historia Oficial, y Díaz no?
Admitiendo entonces, que la Historia Oficial tiende a
ser maniquea, polarizadora, mitificadora (pues crea incluso héroes que, siendo
estrictos, posiblemente no existieron con el nombre y rostro que conocemos) y
nacionalista, debemos reconocer que, con fallas y manipulación de los hechos,
da un lugar, aunque subordinado, a los actores populares, siempre impulsando
los cambios guiados por los héroes y los gobiernos revolucionarios. Tomando en
cuenta sus fallos y partidismos, podemos hacer una crítica de la Historia
Oficial que aquilate sus aciertos sin olvidar sus errores. Una verdadera
historiografía científica podría entonces desmitificar a la Historia Nacional.
Sin embargo, las nuevas tendencias en la divulgación de la historia, que dicen
buscar este fin, fracasan en sus objetivos sin siquiera intentar un ejercicio
histórico serio.
Contra la Historia Oficial y sus yerros, se alzan,
durante el interregno panista (2000-2012), dos interpretaciones disidentes. La
primera, que ya existía, es la visión conservadora de la historia nacional, la
cual ha existido desde siempre, sobre todo en la educación privada. En ella, Hidalgo
no es el padre de la Patria, pues es un asesino y vándalo, Agustín de Iturbide es
el único libertador efectivo. Juárez no es más que un instrumento de los
yanquis que frustró la posibilidad de un poderoso Imperio Mexicano, apoyado por
las potencias europeas y gobernado por un Habsburgo de muy buenas intenciones. Según
ellos, Porfirio Díaz trajo la modernidad a México por su sola férrea voluntad,
pero la rebelión de la chusma destruyó su obra civilizadora y puso en el poder
al nefasto Partido de la Revolución. Como podemos ver, aquí los villanos
devienen héroes y viceversa, es como si la Historia Oficial fuese la fotografía
y la Historia Conservadora el negativo de ésta.
Podemos entender entonces cómo el público general, y
muchos estudiantes, que pueden estar o no inconformes con el gobierno, ven a la
Historia Oficial como una legitimación de un sistema político ineficiente y
corrupto. Si durante toda su infancia escucharon maravillas de Hidalgo, Juárez,
Madero o Cárdenas, es natural que una alternativa a la narrativa tradicional,
sobre todo si es diametralmente opuesta a ella, sea muy atractiva. Más aún si
se oferta con títulos tentadores como “todos los mitos de la Historia de México”
o “lo que no quieren que sepas de la Historia”, o aún más: “La Verdad sobre la Historia de México”.
Si bien podemos reconocer que una revalorización de
los personajes históricos, incluso de aquellos execrados por la Historia
Oficial, es un ejercicio histórico muy sano, vemos que la Historia Conservadora
se extralimita y comete los mismos pecados que la Historia Oficial, pero a la inversa. La Historia Conservadora,
aunque parece suscitar el debate y la reinterpretación del pasado, no es útil
para el verdadero entendimiento del devenir histórico del pueblo mexicano, por
su parcialidad y su escaso rigor en el método. Los divulgadores desmitificadores
de la ola conservadora (como el periodista Catón o los ínfimos sitios de historia en redes sociales, como
Mitófago) son todo anécdotas y ninguna prueba, todo polémica y ningún debate,
mucha historieta pero nada de Historia.
La segunda corriente desmitificadora de la Historia
Nacional, de la que me ocuparé en una posterior entrada, es la de los novelistas y los comentaristas de la
televisión que dicen haber hallado el hilo negro, y que gracias a su
popularidad en los medios de comunicación publican grandes cantidades de libros
que conviven en igualdad en los estantes de la librería junto a los Hobsbawm,
los Meyer, los Womack; dichas publicaciones son un éxito en las ferias del
libro, al aprovechar el interés de los lectores, aquellos de los que hablaba al
comienzo de este texto, por la Historia Nacional.