Sin embargo, las posibilidades del transporte dependían directamente de las posibilidades técnicas, económicas y sociales de las sociedades en la historia. Los pueblos mesoamericanos carecían de animales de carga, por lo que todos los desplazamientos debían realizarse exclusivamente con la fuerza humana. Aún así, existieron amplios circuitos comerciales y redes de caminos, pues la necesidad y el beneficio superaban al costo del traslado de bienes y personas. Incluso tras el arribo de los conquistadores y la implantación de sus tecnologías como la rueda, el transporte era lento e ineficaz según estándares modernos. Cruzar los vastos territorios de la Nueva España y el México independiente era una tarea costosa, insegura y lenta.
Sin embargo, incluso antes de la introducción del ferrocarril, otras mejoras introducidas contribuyeron a hacer más eficientes los medios de transporte: los barcos de vapor facilitaban el comercio entre los puertos mexicanos y las naciones extranjeras, las diligencias redujeron el tiempo de recorrido entre las ciudades, y a lo largo del siglo XIX, dos nuevos medios de transporte fueron la base del transporte en las ciudades.
La Guadalajara del siglo XIX y sus necesidades de movilidad
La ciudad del siglo XIX era muy diferente a la gran urbe que conocemos, primeramente por su extensión territorial, pero también por su densidad. Hacia 1850, la ciudad llegaba hasta los siguientes puntos:
En el norte, hasta el Hospital Civil Fray Antonio Alcalde (o "Viejo") y las cuadras aledañas al Santuario de la Virgen de Guadalupe.
En el poniente, hasta la actual Avenida México en su cruce con Chapultepec, donde se localizaba la Garita del Carmen, punto de revisión a la entrada de la ciudad.
En el sur, hacia la actual Avenida Niños Héroes, cerca de la Garita de Mexicaltzingo.
En el oriente, hacia la Garita de San Andrés, ubicada cerca de las actuales calles Belisario Domínguez y Álvaro Obregón.
Plano de la Ciudad de Guadalajara, c. 1830. Fuente: Mapoteca Digital Orozco y Berra.
Naturalmente, las distancias a recorrer en aquellos años eran mucho menores, llegar de un extremo de la ciudad al centro caminando era asequible, si bien bastante menos cómodo que hoy en día, ya que las calles eran simples caminos de tierra, o en el mejor de los casos, empedradas. Además, la forma de vivir era distinta, pues la mayoría de necesidades inmediatas se podían satisfacer al interior del "barrio" donde se residía. En los alrededores de la ciudad se ubicaban huertas, sembradíos y algunas industrias básicas como molinos, curtidurías, fábricas de textiles, etc.
A pesar de ello, existían medios de transporte para quien no deseara caminar hasta su destino. Además de los carruajes, que los más ricos podían permitirse poseer y usar cotidianamente, otros medios de transporte estaban al alcance de la población general.
Los ómnibus
Los ómnibus originales eran una especie de carruaje o diligencia de mayor tamaño, donde podían caber hasta 10 personas o más, arrastrado por varios animales. Su nombre no tiene un origen claro, pero deriva de la palabra "omnibus", que en latín significa "para todos", posiblemente en referencia a su carácter público. Los ómnibus constituyeron el primer transporte público en Guadalajara, y fueron introducidos a mediados del siglo XIX a la ciudad. Estos vehículos operaban de forma similar a los actuales sitios de taxis, ya que se agrupaban cerca de las plazas, los mercados o sitios de entrada a la ciudad. Ya en ese entonces, los ayuntamientos buscaron regular sus tarifas, la calidad del servicio y hasta los horarios en que funcionaban.
Los ómnibus, aunque fueran más prácticos para el usuario y rentables para sus dueños, estaban sujetos a las condiciones de las calles por las cuales se desplazaban, que como se ha dicho arriba, eran en su mayoría caminos de tierra o empedrados, por lo que el recorrido podía ser incómodo debido a los saltos y baches en que, cotidianamente, caían los carros. Sin embargo, hacia la década de 1870, se pensó en introducir una mejora significativa al transporte público de Guadalajara, la cual ya llevaba casi dos décadas funcionando en ciudades del viejo continente.
Ómnibus jalado por caballos. Fuente: WestJerseyHistory
El tranvía de tracción animal
La historia de los tranvías se confunde en sus orígenes con la de los ferrocarriles, y es que en esencia, dado que ambos usan rieles de metal para desplazarse, son ferrocarriles. Está documentado que el uso de rieles de madera para facilitar el movimiento de vehículos se remonta a varios siglos atrás, en carretas que servían para trasladar material en las minas de Europa. La utilización de animales que jalaran vehículos sobre rieles era muy común, y en algunos casos la tracción animal sustituía a las locomotoras de vapor, que eran bastante costosas hasta mediados del siglo XIX.
El primer tranvía de tracción animal circuló en Nueva York hacia 1932, y en Europa hacia 1860, y representó una mejora sustancial sobre los ómnibus, principalmente por el uso de los rieles. La superficie metálica lisa y continua del riel ofrece menor fricción, por lo que se requiere un menor esfuerzo para jalar un vagón. Derivado de esto, el viaje es más cómodo para los pasajeros, pues se eliminan los brincos por las irregularidades en el camino. La inversión inicial para tender los rieles y comprar los vagones era cubierta gradualmente por costos de operación y reparaciones menores.
En Guadalajara, hubo un primer intento durante la intervención francesa (1862-1867) para establecer una compañía de tranvías, o "ferrocarriles urbanos", como se conocían en ese momento, pero fue hasta 1874 que se estableció la primera empresa, la Compañía Anónima del Ferrocarril de Guadalajara a San Pedro. Esta empresa se formó con apoyo del gobierno del Estado e inversiones privadas de capitalistas locales (empresa mixta), y tras varios años logró terminar la vía entre la Penitenciaría de Escobedo (actual Parque Revolución) y la, entonces vecina, villa de San Pedro Tlaquepaque. Una empresa competidora estableció otro "ferrocarril" entre Mexicaltzingo y el Santuario de Guadalupe.
"Mulas que hacen tracción a un tranvía, vista del paisaje y de las vías férreas". Esta es la vista que el conductor de un tranvía "de mulitas" debió haber tenido. Nótese que la vía cruza campo abierto, se distinguen a la distancia las torres de la catedral de Guadalajara, por lo que la línea de la imagen debió ser una ruta "suburbana" a alguna población cercana a la ciudad.
A pesar de la dificultad inicial para conseguir los capitales y tender los rieles, los tranvías fueron un éxito en la sociedad tapatía de finales del siglo XIX, pues eran más cómodos y rápidos que los viejos ómnibus y carruajes. En las dos décadas siguientes, se tendieron más líneas que cruzaban de norte a sur y oriente a poniente la ciudad, e incluso conectaban las nuevas "colonias" que se construyeron en la época hacia los extremos de la ciudad, como la Francesa (entre las actuales calles Morelos y Justo Sierra, a la altura de Avenida Chapultepec). No sólo la extensión de nuevos tranvías cubría zonas recientemente urbanizadas, sino que incluso "desarrolladores inmobiliarios" de la época buscaban asegurar el permiso para el tranvía hacia los terrenos que querían adquirir, para que aumentaran de valor y pudieran venderse mejor. Existen pruebas de que accionistas de las empresas de tranvías en Guadalajara y en todo el mundo, también se interesaron por el desarrollo urbano, y los dos negocios iban de la mano.
Las desventajas de la tracción animal
Ómnibus y tranvías representaron un avance en la transportación urbana, y se convirtieron en auténtica necesidad para las sociedades que los construyeron. Sin embargo, no estaban exentos de dificultades e inconvenientes, que motivaron a buscar mejores formas de transportación, principalmente por el uso de los animales, fueran caballos o mulas, para jalar los vehículos. Los animales no podían trabajar por un día completo, por lo que las empresas necesitaban tener un gran número de animales "frescos" para reemplazar a los cansados. A su vez, alguien debía cuidar de los animales, por lo que se requerían mozos, caballerizos y veterinarios, además de los cocheros que operaban los tranvías, con lo que aumentaban los costos salariales de la empresa. Como era de esperarse, tener tantos animales juntos demandaba cantidades considerables de alimento para las bestias, que a su vez generaban excrementos en cantidades inmensas, los cuales debían ser recogidos de las calles y desechados adecuadamente. Las quejas por el mal olor y la insalubridad de los desechos de los animales se entienden mejor por la preocupación higienista de la época. En fin, los tranvías de mulitas no podían crecer demasiado pues los costos y las molestias se multiplicaban. Habría que encontrar un reemplazo.
La mayoría de ferrocarriles interurbanos de la época operaban a base de locomotoras de vapor, e incluso en Guadalajara se sabe de dos tranvías que utilizaron dicha forma de energía, el tranvía a los Colomos (donde había pozos acuíferos) y aquél a la planta eléctrica del Salto. Pero ya hacia 1890, la energía eléctrica comenzaba a extenderse por el mundo, simbolizada en la brillante y limpia luz que ofrecía, pero también en sus aplicaciones a las máquinas. Pronto, Guadalajara se uniría a la liga de ciudades con tranvías eléctricos.
"Tranvías de tracción animal frente a Catedral y Plaza de Armas". Hacia 1890. Fuente: Mediateca INAH.
FUENTES
Cristina Alvizo, (2021). Sobre rieles y ruedas: historia del transporte público en Guadalajara (1874-1954), Zapopan, El Colegio de Jalisco.
Allen Morrison, "The Tramways of Guadalajara" en tramz.com
Repositorio Mediateca INAH, en mediateca.inah.gob.mx